Indignos (Cap. 14)
- Levi Vazquez
- 19 jun 2018
- 3 Min. de lectura
¿Acaso habrá alguno de nosotros como cristianos que diga: Yo soy digno de Dios?
Por supuesto que no hay nadie que diga tal cosa, ni lo habrá. Nuestras pobres vidas no son dignas de Dios, de su presencia y de su amor demostrado en la cruz.

Desde que venimos ante Dios, él nos hace acreedores del título: Hijos de Dios, pero eso no lo merecemos como seres humanos ni como cristianos. Entonces, ¿Por qué nos ha perdonado?, es sencillo responder; Efesios 2:8 dice: - “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios; -. Nunca en lo que Dios nos permita vivir podremos llegar a declararnos dignos de él y eso es algo que muchas veces como cristianos inconscientemente vamos creándonos en nuestra mente, pensando que, porque dirigimos, predicamos o porque realizamos cualquier otra cosa para Dios, quiere decir que ya somos dignos, pero no es así.
Jesús, en el evangelio de Sn. Lucas 7:6-7 expone un gran asombro que tuvo hacia un gentil, un centurión romano; que narra el escritor que Jesús entró a Capernaum; y como se ha de saber, el Señor siempre rodeado de gente, porque sabían lo que él hacía con los enfermos, endemoniados, leprosos y paralíticos. En este lugar no fue la excepción; dice que el siervo de un centurión estaba muy enfermo y a punto de morir. El centurión escuchó que Jesús andaba ahí; Mandó pues el centurión a unos ancianos judíos a Jesús rogándole que viniera y sanara al siervo. Ellos le dijeron a Jesús que el centurión era digno de que Jesús sanase a su siervo, ya que él amaba el pueblo judío y porque había erigido una sinagoga.

Jesús fue pues a donde el centurión, pero antes de llegar se le presentaron otros hombres amigos del centurión diciendo estas palabras de parte suya: Versículos 6 y 7: - “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano”-
El centurión ni siquiera fue al encuentro de Jesús; mando decirle esas palabras con unos amigos, lo cual claramente muestra la humildad, negación de sí mismo y la fe de este hombre gentil. Esto fue lo que maravilló a Jesús del centurión: reconociendo que el Dios de Israel era único y verdadero (7:5), que él era indigno de este Dios (7:6), que el poder sanador de Cristo no tenía limites (7:7) y que le era necesario confiar en la autoridad y obedecerla (7:8). Es por eso que Cristo mismo dice que ni aun tanta fe había encontrado en todo Israel; y al momento el siervo fue sanado.
Lo bueno de este centurión fue su fe en Jesús y en su poder, pero además se destaca la humillación propia de su persona para que Dios sea exaltado, muchas veces mi amigo pasa que nos queremos exaltar y subir de nivel cuando la palabra de Dios dice que no humillemos delante del Señor y él nos exaltará (Santiago 4:10). El temor del centurión y el reconocimiento genuino de la deidad de Dios presentes en este hombre y el reconocer que Jesús era Dios mismo, fue lo que asombró al Señor. Asimismo, nosotros debemos hacer lo que el centurión, reconocer que somos indignos de Dios, para que él se glorifique aún más en nuestras vidas.
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